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En boca del autor

“Toda  mi genealogía quedaría prendida en la pata de una paloma viajera. Detrás de mi ninguna historia que me enaltezca o me rebaje. Mis antepasados no fueron, ciertamente, ni conquistadores en América, ni capitanes en Flandes, ni nobles de la Reconquista, ni tan siquiera hidalgos pobres y solemnes amantes de la caza y de los libros. Nada de esto. Fueron, sin duda alguna, gente de modesta condición, plebeyos, pueblo anónimo y colectivo. De otra parte, los que no heredamos pergaminos que certificaran la pureza de nuestra sangre, no sabemos de nuestra ascendencia más que hasta donde alcanzan nuestros ojos. Sé que uno de mis abuelos era obrero molinero, en tierra de trigo y de molinos; otro fue un campesino pobre que, gracias a su hermosa letra, se desligó del terruño y se hizo memorialista. Mi padre perfeccionó un poco más la letra y fue escribano: peticiones y papeles oficiales, rúbricas y filigranas caligráficas. Y, en fin, yo cierro, como escritor, la evolución profesional. Perdiese la caligrafia, más no el gusto y la profesión literaria.

            Soy natural de CastillCASTILLA - Manuel M. González (Astudillo)a. De la alta Castilla de tierras incultas, secas, duras, cocidas de sol y sed. A pesar de todo el aditamento que se me dio, no puedo disimular mi ascendencia campesina. Llevo conmigo la agobiada pesadez, la fría sequedad, los silencios infinitos de los pastores de mi tierra. Los horizontes extensos, las mesetas desnudas y doradas, la tierra esquemática y árida, los tejares de las casas y los cierzos invernales hacen de nosotros, castellanos, hombres impasibles, secos. Algo esfinge y tenebroso. Se nos llama místicos. Toda la mística nación en Castilla. Pero pienso que nuestra mística es una evasión de nuestra pobreza. Cuando, a través de los siglos, la pobreza llega a ser dramática, el sentimiento místico nace y se convierte en consuelo.

            Mi padre intervenía activamente en la política local. Y mi infancia está llena de clamores litigantes y de las bataholas picarescas de la politiquería. En un ambiente rural, pobre, donde casi todos los mozos se hacen curas o soldados, me dio por escribir. Jamás pude explicarme este misterio: tal vez la soledad que ayuda a cualquier cosa, como ocurre al pastor en su gusto por tocar el caramillo. Aprendí a escribir como nuestros toreros aprenden a sortear el toro: a fuerza de lances de capa, a fuerza de ir de aquí para allá, de plaza en plaza, de pueblo en pueblo. Esto es toda mi Universidad. Me acuerdo que hace dieciséis años, una compañía de cómicos ambulantes estrenó un obra mía, en una venta pueblerina, convertida en teatro.FAMILIA DE ARCONADA (segundo por la izquierda)

            (……..)Pero, como todo campesino, durante algún tiempo estuve subyugado por la ciudad, por este otro mundo moderno del capitalismo y de la civilización. De entonces data mi adhesión a los movimientos literarios de postguerra; algunos años de periodismo, un libro de crítica musical sobre Debussy, un tomo de poemas: Urbe, otro de narraciones, dos libros sobre el cinema, etcétera.

            Luego llegó un momento en nuestro país, en que el proceso revolucionario rompió el idilio de los poetas con las musarañas. Fui uno de los primeros que se angustiaron ante el dilema, ante el destino de nuestro tiempo y de nosotros mismos. Hoy, luego de un largo proceso, después de haber sometido mi vida y mis ideas a muchas vicisitudes, comprendo que no ha sido fácil descender del paraíso de las musarañas al campo vivo y real del proletariado(…..)

            De esta época, y sobre temas agrarios y revolucionarios, datan tres novelas: La Turbina, Los pobres contra los ricos y el Reparto de tierras(que se publica ahora en francés)” (Publicada en 1936 en la revista francesa Commune)

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